sábado, 23 de agosto de 2008

-La Paciente del Hospital Enfermo- Para la enfermera Lisa Garland

Estaba de turno, cuando la trajeron al hospital. Estaba rodeada de gente muy extraña, todas vestidas de un negro muerto. La mujer que parecía ser su madre estaba rota en lágrimas, pero tenia un semblante de felicidad, lo que me puso la carne de gallina. La paciente tenía un estado horrible: todo su cuerpo estaba quemado, como si hubiera sido calcinada por un incendio demoníaco. Apenas respiraba. La sangre oscura caía de su cuerpo gris, manchando toda su camilla. Así fue como conocí a Alessa; y así comenzó un cambio en mi vida…

Desde que llegó, el ambiente de todo el hospital se torno algo hostil. Todos, enfermeras, médicos, incluso los pacientes estaban mas alterados que de costumbre. El director, el doctor Kauffman, me dijo que el cambio de ambiente se debía a que todos estaban más inquietos con la llegada de Alessa, por su estado poco común. La verdad a mi también me asustaba verla, siendo tan pequeña y en ese deplorable estado. Era como ver a un muerto con pulsos vitales.

Días después, el doctor Kauffman volvió con lo que todo el personal, incluso yo, estábamos esperando, ese precioso manjar blanco y mortal: la White Claudia, la droga que mantenía a todos en el hospital. Era algo imposible de dejar, hasta yo la necesitaba para sentirme viva y trabajar mejor, aunque Kauffman a veces pedía favores a cambio. Pero el favor que me pidió era el peor, algo que mi mente no podía soportar: me ordenó cuidar siempre de Alessa. Me alteraba ver que estaba viva, pero que sus heridas no sanaban. Le pedí al doctor que no me dejara estar a cargo de ella, incluso quise dejar el hospital, pero me amenazó en cortar mi suministro de White Claudia si lo hacía. No tuve más remedio, yo necesitaba tenerla.

Pasaron días, semanas, incluso meses y el personal del hospital desaparecía. Nunca supe las razones, ni siquiera las de mis compañeras enfermeras. Los pacientes tampoco permanecieron allí, se escapaban de sus habitaciones, o simplemente se suicidaban. Llegó el momento en que sólo quedamos Kauffman, Alessa y yo. Cada vez empeoraba más su estado. Tenía una fiebre altísima, no abría los ojos, su pulso era débil, apenas respiraba…Su piel estaba tan quemada que parecía carbón. Aún cuando le cambiase sus vendas, la sangre y el pus comenzaban a brotar de nuevo. ¿Qué era lo que mantenía con vida a esa chica?

Estaba asustada. El doctor Kauffman había desaparecido y me había dejado a cargo de Alessa. Pero eso era solo el comienzo de todo lo horrible. El hospital comenzó a cambiar, o más bien a mutar. Las paredes tenían un color de cobre oxidado, había olor a sangre, metal, cenizas y muerte. Puertas, ventanas, camillas, instrumentos médicos, absolutamente todo estaba oxidado. Tenía que limpiar todo antes de ver a Alessa, quien seguía ahí, sin inmutarse de lo que pasaba. Creía haber enloquecido, o que era una jugarreta de mi mente por causa de la soledad, el miedo y la droga. Estaba asustada.

No sabía cuanto había pasado desde el comienzo de esto. El tiempo ya no existía a mí al rededor y ya no sabía la diferencia entre una hora y un mes. Durante ese transcurso, tuve un sueño -o tal vez no lo era- en el que un hombre que buscaba a su hija perdida, diciendo que se había perdido en el pueblo. Me di cuenta que, por desgracia, nada era un sueño, ni el hombre ni el cambio en el hospital. Todo era espantosamente real. Tanto era mi temor, que descuidé de Alessa, dejándola sola en su habitación. Corrí hasta ella, viendo todos los horrores de un hospital demacrado por la muerte, y mi asombro al verla casi me hace pensar que estaba aún más trastornada; estaba de pie, vestida, con las vendas apenas manchadas por la sangre. Me quedé anonadada viéndola, y cuando ella se dio cuenta de que yo estaba ahí, solamente sonrió. Era la primera vez, desde que llegó al hospital, que la veía con un pequeño rastro de felicidad. Su sonrisa me lleno el cuerpo de un calor enorme, pero gratificante comparado con el frío de las paredes de la habitación. Cuando quise acercarme, ella, con el movimiento propio de una ráfaga, pasó a mi lado sin darme cuenta. Se quedó un instante en la puerta, hasta que, con un movimiento de manos, se despidió y se marcho, saltando, como la niña que era.

No volví a saber de ella, pero el hombre que creía un sueño, volvía cada cierto tiempo, pero nunca entraba por la puerta bloqueada, si no que lo encontraba inconciente en el suelo de alguna habitación. Nadie del personal volvía todavía al hospital, pero pensé que todo estaba volviendo a la normalidad. Estaba equivocada.







CONTINUARÁ...


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